La Preparación
Busco un lugar que me ayude al encuentro con Dios, donde este cómodo y tranquilo. Busco una postura corporal para orar, hago un gesto de reverencia. Respiro lenta y profundamente para tranquilizarme, para relajarme, para que mi cuerpo también entre en oración, y preparo mi corazón para este encuentro…
Presencia de Dios
Busco la paz, me presento ante Él, siento que Dios me mira, me escucha, me conoce… Tomo el tiempo necesario para esto, no se trata de hacer un esfuerzo por acercarme a Dios sino de dejarlo entrar y estar frente a El con toda confianza. Su presencia es puramente amorosa, no viene a reprocharme ni a condenarme… viene a estar conmigo.
Leo el texto a contemplar Mt. 21, 28-32
Ustedes, aún después de ver, no han creído:
28Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero,le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña."
Y él respondió:" No quiero", pero después se arrepintió y fue:30Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue.
¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? - El primero - le dicen.
Díceles Jesús: En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. 32Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.
La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.
La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.
Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.
Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas.
Para la revisión de vida
Los “dos hermanos” tan contrapuestos de la parábola de Jesús se dan en cada una de nuestras vidas. A veces decimos que sí, pero es que no, y otras veces decimos no, pero resulta que sí… Sólo Jesús fue «sólo sí sin sombra de no»… ¿Cómo va esta contradicción en mi vida? ¿Qué partes de mi vida traicionan mi generosidad y mi buena intención? ¿Cómo puedo hacer para dar más coherencia a mi vida?
Para la reunión de grupo
- El tema de la parábola de los dos hermanos es el clásico y tan recurrente tema evangélico de la praxis como criterio de discernimiento. Las palabras valen si van acompañadas de la praxis. Nuestra calidad evangélica se mide en la acción, no en las palabras.
Oración comunitaria
Oh Dios que en todas las grandes religiones nos muestras la necesidad de coherencia entre la palabra y la acción; danos el coraje necesario para que purifiquemos nuestro corazón y fortalezcamos nuestra voluntad, de manera que entre uno y otra haya en nuestras vidas una total afinidad, tal como nosotros lo experimentamos en Jesús, nuestro hermano mayor, que vive y ama contigo por los siglos. Amén.
EXAMEN DE LA ORACIÓN:
Preguntas que pueden ayudar:
¿Cómo comencé a rezar?
¿Hice silencio interior para escuchar lo que El tenía para decirme?
¿Qué palabras definen los sentimientos que tuve durante mi oración? (paz, alegría, confianza, sensación de perder el tiempo, ansiedad…)
¿Cómo termine?
¿Algo ha cobrado fuerza dentro de mí?
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