martes, 30 de agosto de 2011

La corrección fraterna (P. Salvador SJ)


Ve y corrígele; tú y él a solas:
    "Si tu hermano peca (contra ti) repréndelo entre ti y él solo; si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
    Si no te escucha toma todavía contigo un hombre o dos, para que por boca de dos testigos o tres conste toda palabra.
    Si a ellos no escucha, dilo a la Iglesia. Y si no escucha tampoco a la Iglesia, sea para ti como un pagano y como un publicano.
    En verdad, os digo, todo lo que atareis sobre la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desatareis sobre la tierra, será desatado en el cielo".
    "De nuevo, en verdad, os digo, si dos de entre vosotros sobre la tierra se concertaren acerca de toda cosa que pidan, les vendrá de mi Padre celestial. Porque allí donde dos o tres están reunidos por causa mía, allí estoy Yo en medio de ellos".
La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre nuestra corresponsabilidad comunitaria. La fe es una respuesta personal, pero se vive en el seno de una comunidad. Por eso todos somos responsables de la vida de cada hermano.
Quien ama auténticamente no quiere hacerle daño a nadie. Por el contrario, siempre buscará la forma de ayudarle a crecer como persona y como creyente. La conversión, la metanoia, es cambio rotundo de mente y corazón. Quién se convierte asume el amor como única “norma” de vida. El amor se traduce en actitudes y compromisos muy concretos: servicio, respeto, perdón, reconciliación, tolerancia, comprensión, verdad, paz, justicia y solidaridad fraterna.
El evangelio de Mateo nos presenta el pasaje que se ha denominado comúnmente la corrección fraterna. El Texto revela los conflictos internos que vivía la comunidad mateana. Nos encontramos, entonces, ante una página de carácter catequético que pretende enfrentar y resolver el problema de los conflictos comunitarios. El pecado no es solamente de orden individual o moral. Aquí se trata de faltas graves en contra de la comunidad. El evangelista pretende señalar dos cosas importantes: no se trata de caer en un laxismo total que conduzca al caos comunitario. Pero tampoco se trata de un rigorismo tal que nadie pueda fallar o equivocarse. El evangelista coloca el término medio. Se trata de resolver los asuntos complicados en las relaciones interpersonales siguiendo la pedagogía de Jesús. No es un proceso jurídico lo que aquí se señala. El evangelista quiere dejar en claro que se trata ante todo de salvar al trasgresor, de no condenarlo ni expulsarlo de entrada. Es un proceso pedagógico que intenta por todos medios salvar a la persona. Ahora bien, si la persona se resiste, no acepta la invitación, no da signos de arrepentimiento... entonces sí la comunidad se ve obligada a expulsarse de su seno. Al no aceptar la oferta de perdón la persona misma se excluye de la comunión.
Nuestro compromiso como creyentes es luchar por la verdad. Nuestras familias y comunidades cristianas deben ser, ante todo, lugares de reconciliación y de verdad. Exigir respeto por las personas que se equivocan pero que quieren rectificar su error es imperativo evangélico. Tampoco se trata de caer en actitudes laxistas o que respalden la impunidad. Pero ante todo, el compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética.
¿Cómo vivimos los valores de la verdad, la justicia, la reparación y la reconciliación al interior de nuestras comunidades? ¿Qué actitud asumimos frente a los medios de comunicación que manipulan y tergiversan la verdad? ¿Nos sentimos corresponsables de la suerte de nuestros hermanos?
El evangelio de hoy habla también de la comunidad como sujeto de perdón: «Todo lo que aten ustedes en la tierra será atado en el cielo...». Puede ser una oportunidad interesante para hablar tanto de la grave crisis que atraviesa este sacramento en la práctica más extendida en la Iglesia, como de la posibilidad y legitimidad de la reconciliación comunitaria..

Para la revisión de vida

Para muchos de nosotros, el perdón, por nuestra forma de ser, nuestro carácter, la educación recibida o la falta de educación recibida para perdonar, nos resulta difícil, incluso muy difícil. ¿Cómo está la actitud de perdón en mi vida? ¿Hay personas a las que no he perdonado todavía en mi corazón? ¿Guardo una relación correcta entre el «perdonar» y el «no olvidar»?


ALGO DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Asunción de María (P. Oscar SJ)


Lectura del Evangelio:

"Jesús estaba hablando y una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: '¡Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!'
Jesús respondió: 'Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican'". Evangelio según San Lucas, 11,27-28

+ Nuestra devoción a María.
Pueden cambiar las formas de devoción a María (rosario, peregrinaciones…), pero lo que no puede variar es nuestra devoción, nuestro cariño y nuestro amor por ella.

+ La Asunción de María y LA FE.
Esta fiesta nos confronta con la primera de las actitudes que caracterizan a nuestra Madre: la fe. Creemos que ella -en cuerpo y alma- ya goza en el cielo de la felicidad sin límites con Dios y toda la llamada "Iglesia triunfante".
Pero el fundamento de esta creencia, es nuestra fe en Cristo Resucitado. "Si él no hubiera resucitado, nuestra fe sería en vano, y seríamos los más desdichados de los mortales… pero yo sé bien en Quién me he confiado", decía San Pablo.
- ¿Estoy convencido/a de que Jesús ha resucitado, y que gracias a Él, ha resucitado María?
- ¿Me doy cuenta de que este encuentro con María en su Asunción, refuerza mi fe en el Resucitado?

- La Asunción de María y LA ESPERANZA.
Ella mantuvo firme y serena la esperanza en Dios, que la involucró en un proyecto inesperado, y al que fue comprendiendo de a poco, pero siempre sabiendo que estaba en manos del Señor. Como Abraham, María "esperó contra toda esperanza".
Por eso, Isabel pudo exclamar: "Feliz tú que has creído, porque lo que se te ha anunciado se cumplirá".
Claro que ella colabora activamente con Dios, en la espera cierta de que él siempre cumple sus promesas.
- ¿Cómo está mi esperanza en las promesas del Señor: estoy convencido/a de que viviremos para siempre en Dios, por encima del mal y de la muerte?
- ¿Me dejo seducir por otras esperanzas que resecan mi corazón y mi conciencia? Cuando falta una Esperanza (con mayúscula) también desaparecen las esperanzas (con minúscula). Y la vida se convierte en un desierto sin horizonte -a menudo, amargo e inaguantable-.

- La Asunción de María y EL AMOR.
María asunta al cielo, también nos recuerda su capacidad de amar. Su fe, vivida día a día, su esperanza en que Dios cumplirá sus promesas a pesar de no verlo claro... se traducen en un amor constante, sencillo y sin estridencias, en el quehacer doméstico, con Jesús y José.
Y su amor la llevará hasta la Cruz, junto a su Hijo que muere por amor a nosotros.
María nos acerca al núcleo del Evangelio: ama, ama de verdad.
- ¿Cómo anda mi amor en la práctica? Empezando por mis "prójimos" = "próximos" (familia, grupos más cercanos…). ¿Y como María, sé acudir con ayuda-cercanía eficaz a quien está necesitado?

María es la reina que entra a la presencia del rey vestida con las mejores galas: con su fe, su esperanza y, sobre todo, su amor.
Que su fiesta nos ayude a ver con más claridad que el mejor homenaje que le podemos hacer es vivir tal como su Hijo nos pide: de fe, esperanza y de amor.
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miércoles, 3 de agosto de 2011

"¿Por qué dudaste?" (Hno. Hernán SJ)




Oración preparatoria: 

“Derrama, Señor, tu gracia para que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu Divina Majestad. Gloria…”


Lectura del evangelio: Mt. 14, 22-33.

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:
-- ¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!
Pedro le contestó:
-- Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
-- Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-- Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
-- Realmente eres Hijo de Dios.


Petición: 

“Señor, mándame ir a ti” o “Señor, aumenta mi fe”.



1.- El Evangelio que acabamos de escuchar tiene un matiz muy eclesial y simbólico, ya que nos hace preguntarnos dónde están los discípulos y dónde está Jesús, es decir, donde está la comunidad (nosotros) y dónde vemos a Jesús. Mateo quiere ayudarnos a liberarnos de nuestros miedos y poca fe. En este Evangelio, los discípulos están solos, es noche cerrada, Jesús no les acompaña, la barca ha sido arrastrada por los vientos contrarios que les impiden volver, y Jesús está a mucha distancia, rezando. ¿No se parece esto a la situación de muchos de nosotros? Y cuando Jesús se acerca para ayudar, los discípulos, atemorizados, creen ver un fantasma. El miedo, las dudas, nuestra falta de fe, nos impiden reconocer a Jesús, que camina a nuestro lado, de manera especial en los momentos de crisis.

2.- ¿Cómo hemos llegado hasta esta situación? ¿Por qué están tan lejos de Jesús nuestras comunidades cristianas? Por la fragilidad de nuestra fe, por nuestros miedos, por nuestras dudas. En la Iglesia, tenemos miedo al desprestigio, a la pérdida de poder, al rechazo, incluso a veces tenemos miedo a Dios (más que amor por Él). En el fondo, es un miedo a seguir los pasos de Jesús, y el mismo nos dice: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. Sin embargo, ahí vemos a Pedro, que se lanza al agua, se quiere comprometer, se atreve con lo que parece imposible, pero pueden más sus dudas y sus miedos. Las dificultades hacen que nos hundamos, los vientos son contrarios, necesitamos ser sostenidos por Jesús. Y Jesús no nos abandona, y menos cuando nuestra barca se hunde.

3.- El mismo Jesús en el Evangelio nos propone dos elementos para reforzar nuestra fe. En primer lugar, la fe se afianza en la debilidad, sintiéndonos humanos y con miedos, porque es entonces cuando ponemos nuestra confianza en Dios. Esta fue también la experiencia de Pablo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Una palabra de Jesús suscita la fe de los discípulos: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Frente a las dudas, el miedo y los vientos contrarios, está la Palabra de Jesús y su mano extendida. En la primera lectura también aparece como, ante una situación difícil del pueblo de Israel, en la que está en juego la propia Alianza que Dios hizo con Moisés, el profeta Elías, sostenido por Dios, anuncia de nuevo paz, bienestar, esperanza… Dios está en la brisa. Jesús calma los vientos y pone paz en la barca, en la Iglesia, en nuestras comunidades, en nuestros corazones, en nuestras vidas.

4.- En segundo lugar, es curioso el juego de miradas entre Jesús y Pedro. Pedro se mira a sí mismo y se hunde, pero cuando levanta la mirada y ve a Jesús con la mano extendida, recupera las fuerzas y sale a flote. En el fondo, todo depende de la mirada. Cuanto más nos miramos a nosotros mismos, más nos hundimos. Será importante dejar de mirarnos a nosotros, a nuestros pies que se hunden, a nuestros fallos, a nuestras debilidades, a nuestra falta de fe, y poner nuestra mirada en Él. Sólo así Pedro y los discípulos consiguen salir a flote y confiesan su fe en Jesús: “Realmente eres Hijo de Dios”.

5.- San Pablo también manifiesta sus dificultades para entender porque el pueblo de Israel no acepta el Evangelio de Jesús. Él ha descubierto el “tesoro” y no comprende cómo los demás no son capaces de verlo así, y eso le llena de tristeza. Es más, reconoce que Jesús es mejor acogido y aceptado entre los paganos, que entre su propio pueblo judío. Y es que las dificultades, cuando están “dentro de casa”, son más difíciles de llevar. Muchas veces nuestros miedos y dudas hacia el interior de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades, impiden que anunciemos la Buena Noticia con alegría, y dificultan que otros puedan acercarse.

6.- La Palabra de Dios de hoy nos llama a releer constantemente nuestras vidas a la luz de estas experiencias: ¿Cuáles son nuestros vientos contrarios? ¿Cuáles son nuestras dudas, nuestros miedos? ¿Qué pedimos a Dios en esos momentos? ¿Cómo le descubrimos? ¿Cómo se nos manifiesta? ¿Cómo le buscamos? ¿Qué hacemos para crecer en confianza y en fidelidad a su proyecto de amor para con nosotros?

7.- La única experiencia que nos puede sostener siempre, pero de manera especial “en la tempestad”, es la de descubrir a Dios en nuestra vida, siempre cercano, ayudándonos a caminar y sosteniéndonos con la fe en Él y en su Palabra. Abramos nuestros ojos y descubramos a Cristo con su mano siempre tendida, que sostiene nuestra fe y nos anima a fortalecerla, a pesar de nuestras debilidades, que el Señor ya sabe cuáles son y cuenta con ellas. Caminemos por la vida sin miedo, sostenidos por Jesús y su Palabra.

8.- Creer es, en muchas ocasiones, caminar sobre el agua, como Pedro, apoyar nuestra fe y nuestra existencia en Dios, que nos sostiene, y no en nuestras propias fuerzas o argumentos, vivir sostenidos por nuestra confianza en Él.

Padrenuestro.